jueves, 29 de marzo de 2012

Unholy



Busca encontrar la paz y santidad tras la montaña de sepulcros, no lo hará sin mancharse de tierra y voz de muerto. Una semana atrás tomó agua del costado de Cristo, milagrosa según la vendedora; el milagro invisible no le alivia todavía y ni la sed le quita. Dejó sobre un ángel de piedra una huella de su estigma, se contagió de la plaga calvariana al lubricar una flor con agua sacra. Escuchó sobre la tumba puerta, donde llegan a morir los santos fracasados. Ahí tal vez descansen los labios de tanto morderse cada padrenuestro. Y ahí la ve, vieja y carcomida, la sepultura-piedra prometida. No tardó en abrir esas dos puertas, y sentir como lo acaricia una pared hecha de muertos. Se estrujan, se estremecen y se duelen mientras camina, lo llaman por su nombre y lo seducen, en los ojos se les notan los orgasmos. Cada escalón es un menos suspiro, y el fondo se antoja más negro y manosea. Al fin, los escalones acaban y el túnel craneal no lo saluda. Ahora está en el refugio, la casa de los santos y las putas. Y la niebla negra al fin desaparece, y se vuelve un espacio sólo y amarillo. No, no es sólo, aquella santa santidad ahora desnuda, ¡aparece! Los altares con santos muertos y ahora vivos. Tienen los ojos reventados, las cavidades huecas y la sangre en todas las mejillas. Y parecen ver con falsos ojos, lo rodean y le enervan con estigmas. Flora y espinas, un festín de clavaduras. Mira, cuanta beata con las túnicas rotas se le acerca asomándole los senos con rosario inserto. Bebe, la santidad es la paz que no alimenta.

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