-Camina, o mejor, ¿Por qué no vuelas, bruja de
mierda? ¿Dónde está tu Señor Lucifer?-
-Ni siquiera creo en Lucifer, imbécil-
-Oh es cierto, ¿dónde está tu puta diosa? ¿Se la
están cogiendo los duendes?
-hahahhahahhahaha- rieron todos los soldados-
-No, mi diosa está en todos lados, preparándose para
equilibrar las cosas y darles su merecido, si no es que alguien se encarga de
dárselos antes-
-¿Quién nos va a dar nuestro merecido, perra?– preguntó
el verdugo magullando y lastimando los pechos de la bruja, mientras otro la
tomaba del cabello y estrellaba su cabeza contra la pared, y un tercero la
pateaba en el abdomen, haciéndola caer,
para recibir tres puñetazos en el rostro por parte del verdugo principal. La
joven bruja sollozó más por la humillación que por el dolor en su cuerpo.
-Hay alguien a quien no le gustará verme lastimada,
y cuando sepa todo lo que le hicieron a su bruja ajustará cuentas con ustedes-
sentenció la chica entre lágrimas y con los labios llenos de sangre.
Los soldados pararon sus risas de golpe, mientras
uno la tomó del cabello obligándola a seguir. Al llegar a la hoguera, la pira
funeraria se encontraba lista para el monstruoso ritual de purificación
mediante el fuego. Tan distante en su propósito al propuesto en Pentecostés,
lejos de la purificación buscaba el castigo más cruel e impío. El cielo, para
desgracia de Magnolia, se encontraba completamente limpio, aunque al menos
podría observar la luna llena en plenitud antes de partir. Los ojos de la
muchacha se llenaron de tristeza al ver que aquellos a quienes curó alguna vez,
y a quienes protegió de maleficios y enfermedades se deleitaban ahora al verla
derrotada, débil y sucia. Un hombre, incluso,
se acercó a golpearla en el rostro con una gruesa vara de madera espinosa,
haciéndola caer al piso para continuar el castigo en las piernas y abdomen,
mientras la muchacha intentaba cubrirse. De nada servía su magia ahora, anulada
por el sello impuesto por el inquisidor alrededor de la ciudadela.
-Basta, basta, por favor, no más- suplicó la chica,
quien ya bastantes moretones y hematomas tenía en todo el cuerpo, sumados al
dolor de las múltiples violaciones en la celda. Los soldados apartaron al
hombre, quien se retiró burlándose. La gente del pueblo esperaba morbosamente
el momento de ver arder a aquella mujer, a quien en su momento habían admirado
y temido. El inquisidor, desde su balcón
observaba con regocijo y esperaba pacientemente la ejecución de su máxima
presa. Sabía que nada podía salvarla, debido al sello que anulaba el poder de
cualquier ente sobrenatural. Humillada y
sintiéndose frágil, comenzó a llorar sin emitir ningún sonido, simplemente sus
lágrimas cayeron hasta su cuello al saberse sola, completamente reducida a un vestido roto y lleno de sangre, ultrajada
y derrotada. Fue entonces que las llamas comenzaron a elevarse y danzar a un
ritmo lento pero constante.
Un verdugo se desvió del camino, su encargo era
vigilar la torre norte de posibles salvadores de la bruja. Caminó discretamente
por las escaleras de la biblioteca, las cuales daban a la torre más alta del
castillo. Sus ojos habían adquirido un inquietante color blanco en su
totalidad. Caminaba de forma hipnótica, sin hacer ningún tipo de gesto, enfocado
únicamente en su objetivo. Subió los peldaños apresuradamente, sacando de entre
su ropa una filosa daga. Al llegar a la habitación, abrió la puerta de golpe y
lo encontró ahí, dibujado con una luz roja: El sello que limitaba el poder de
la magia y de los seres sobrenaturales en todo aquel territorio. Sonrió con calma y satisfacción, y se
arrodilló ante el sello, tomando la daga entre las manos y rebanando su
garganta. Los ojos volvieron a su color habitual, reaccionando. El soldado
aterrado intentó gritar inútilmente, debido al corte en sus cuerdas vocales. La
sangre formó rápidamente un enorme charco en el suelo, alcanzando el sello, y
ocasionando que de éste surgiera un humo blanco, el cual lo hizo consumirse.
Una onda expansiva transparente salió de aquella habitación, cubriendo todo el
territorio abarcado por el sello, y regresando a éste, anulándolo.
A unos kilómetros, un viejo hechicero sentía sus
ojos volver de un blanco resplandor a su color normal. El hechizo de posesión
había sido un éxito, ahora su alma volvía finalmente a su cuerpo. Sonrió
triunfalmente. El sello que anulaba a su vez los poderes de cualquier
sobrenatural, y que volvían imposible la salvación de Magnolia había sido
destruido. Sin embargo su preocupación se anticipó al crecimiento de su alegría:
El cuerpo de la muchacha se encontraba demasiado débil y magullado como para
realizar un escape. El anciano había usado todo su poder en poseer a aquel
soldado para romper el sello, y ahora era imposible ayudarla desde su
ubicación. La supervivencia de la chica era ahora una esperanza vaga y débil,
únicamente quedaba la participación del ser de quien ni siquiera podría estarse
seguro de que intervendría: Él.
Al sentir el sello anularse, el inquisidor dio un
salto en su trono. Rápidamente sintió la preocupación de un inminente escape.
De inmediato tomó su arco y su flecha, dispuestos justo a lado de su silla. Magnolia
sentía el calor de las llamas acercarse poco a poco a su cuerpo, sus muslos
estaban llenos de sangre, el fuego no se detenía, y estaba completamente sola,
débil, vulnerable, humillada, lastimada. El Inquisidor ajustó la flecha, enorme
y filosa, en aquel sólido arco. Si no era el fuego, sería el quien finalmente
acabaría con ella. No temía a su poder, pues precisamente tomando en cuenta la posibilidad
de alguna artimaña, se encargó de que fuera golpeada y mancillada para que, con
poder o no, fuera inútil cualquier intento de escape. Temía más bien a los
seres del bosque, quienes no dudarían en venir a ayudarla. Y ni siquiera él, su
poderoso amado había intentado rescatarla, ¿cómo intentarlo? Si siempre se
valió por sí misma, si ella misma era una guerrera capaz de aniquilar
legiones... No esperaría él mismo que la
temible y poderosa bruja necesitara su ayuda. Jamás Damisela en Peligro ella, Jamás
Príncipe Azul él.
-Amor mío…perdón por ser tan débil…-
Una lágrima cayó por su mejilla, una lágrima gruesa
que cayó hasta su barbilla y terminó finalmente en la paja. La gota se
convirtió en una pequeña flor azul, dándole una inequívoca señal: Su poder
regresaba. Sin embargo, ni siquiera podía mantenerse en pie. El cielo comenzó a
adquirir una tonalidad carmesí, y una rápida tormenta se dejó caer sobre el
pueblo. Sin embargo, no se trataba para nada de una lluvia cualquiera. Una
lluvia de sangre atacaba el lugar, apagando el fuego que había comenzado a
quemar sus pies, para detenerse enseguida. Sonrió mirando al cielo, sabiendo
que finalmente, él la había recordado, quizá despidiéndose. Entonces, sucedió.
Un golpe en el pecho que hizo estremecer su cuerpo, y le arrancó un débil
gemido, con aquella dulce voz, tan femenina y firme. Sintió el agudo, filoso
dolor de la flecha entre sus turgentes
senos, inundándose de sangre que se mezcló con la que caía del cielo. El
Inquisidor sonrió, y suspiró con calma, mientras un enorme silencio se formaba
en la plaza, y una extraña sombra ocultaba aquella luna llena.
Las calles de la plaza, que se encontraban
iluminadas por la luz de la luna, se ensombrecieron abruptamente. A lo lejos, furiosos aullidos hicieron que
los habitantes sufrieran escalofríos. Un lejano chasquido comenzó a escucharse,
mientras la luna llena continuaba
eclipsada por la misma mancha negra. Aquella siniestra sombra comenzó a
moverse, al tiempo que los chasquidos comenzaban a escucharse más y más cerca.
Poco a poco, formas membranosas, batir de alas
y ojos rojos se dejaron apreciar al tiempo que se aproximaba aquella
sombra. El vuelo era veloz y decidido, no parecía una legión de aves normal,
sino un demoniaco ejército. Un grito femenino quebró aquel silencio. No había
ya duda, el Inquisidor mismo formó una
expresión de furia en el rostro, sabía
lo que se avecinaba: Una inmensa parvada de murciélagos caía sobre el pueblo.
La gente corrió a refugiarse asustada, mientras los mamíferos alados atacaban
sin piedad a los soldados, quienes torpemente intentaban repelerlos. Los
guardias de las torres caían uno a uno, víctimas de las mordidas y los aleteos
que los desorientaban. Una fracción menor de la parvada se separó, dirigiéndose
al lugar donde Magnolia se encontraba atada.
Formando un remolino, aquella legión de murciélagos comenzó a fundirse,
tomando una forma humana temida, y conocida ampliamente por la agonizante
Magnolia. A lo lejos, el inquisidor,
furioso y angustiado vio sus temores materializándose. Con una rodilla
en el suelo, formado por la paja, tomaba su forma aquel temido por los
soldados, los magos y los guerreros esqueletos y cuanto ser viviente existiera:
la forma del poderoso, enigmático y elegante Nosferatu conocido como El Conde.
El Inquisidor
corrió a su cuarto de armas, tomando su espada y sus artilugios, y
tomando su báculo se dirigió a la parte más alta y aislada del castillo, donde
esperaría la batalla. Uno de sus comandantes llegó a la habitación, y de
rodillas preguntó:
Señor, ¿qué ordena?-
-Libéralos-
-Muy bien, hecho-
El soldado se apresuró a dirigirse a las catacumbas,
mientras su señor se dirigía a su puesto donde libraría la batalla final. En la
hoguera, El Conde se ponía de pie, liberando a Magnolia de sus ataduras, y
desmaterializándose en murciélagos de nuevo, se desplazó a una remota parte del
castillo, donde anteriormente se encontraban vigías convertidos ahora en
cadáveres. Recostándola, retiró la flecha y revisó sus casi inexistentes signos vitales. La flecha no había perforado
el corazón, pero sí uno de los pulmones, el cual estaba a punto de colapsar. La
escaza magia que aún conservaba la había
mantenido con vida más de lo que cualquier cuerpo mortal hubiera podido resistir.
Sin embargo, aquella resistencia había cedido, y él lo sabía: Nada humanamente posible había por hacer ya. Debía
despedirse de la guardiana del bosque que conoció en aquella ocasión, en su
jardín con calabazas sonrientes. Los colmillos, afilados y brillantes, se
asomaron, clavándose en el cuello de Magnolia, arrancándole el último aliento vital.
Dejando aquella habitación, observó el caos generado
por su batallón de murciélagos, a quienes atrajo hacia él con un movimiento de
ambas manos, las cuales empuñó al instante. Los murciélagos, en un segundo
estuvieron formando un remolino alrededor suyo. Debía prepararse para una
batalla más, la cual, como todas las anteriores, libraría solo. De las
catacumbas surgían viejos guerreros esqueleto, que poco a poco se arrodillaban
ante El Inquisidor, quien desde su trinchera observaba sonriente al Conde.
--¡Liquídenlo!-
A este grito, aquel ejército se lanzó al ataque,
mientras el Nosferatu sonreía. Empuñando sus manos, se preparó, sabiendo que
quizá sus murciélagos no bastarían. Con un ágil movimiento de manos, lanzó a
sus aliados a la batalla, desmaterializándose también, cayendo frente a
aquellos decrépitos guerreros. Mientras sus murciélagos desorientaban a sus
oponentes, El Conde los atravesaba y quebraba sus cuerpos con su antigua
espada, valiéndose también de su fuerza sobrehumana para quebrar cráneos en
pedazos. Uno a uno, una decena de guerreros cayeron a sus pies, mientras el
resto retrocedía ante el ataque de aquel poderoso ser. Un resplandor verde despedazó a la mitad de
los murciélagos, lo cual alentó el avance de los esqueletos. Se trataba de un
ataque directo de El Inquisidor, el cual de inmediato fue correspondido por su
oponente, quien tras haber dado un paso atrás,
lanzó su mano hacia el frente, lanzando su poderoso ataque.
-Blackness Bright!-
Al instante, un negro resplandor hizo volar por los
aires a al menos treinta guerreros esqueleto, y retroceder al resto, al tiempo
que forzó al Inquisidor a aferrar sus pies al techo del castillo para no salir
volando. El Inquisidor supo que esto no sería fácil, por lo que envió un nuevo
resplandor verde que hizo volar lejos a su enemigo, quien se impactó con un
muro. Al reincorporarse, vio a aquel ejército lanzarse contra él, quien contaba
únicamente con la mitad de su ejército de murciélagos. Decidido a enfrentarlos, lanzó a su armada por delante, y el resto de
sus enemigos se lanzaron contra él. Justo cuando el choque estaba a punto de
efectuarse, una enorme bestia se abalanzó sobre uno de los huesudos guerreros,
destrozándolo en segundos con su poderoso hocico y partiéndolo en dos con sus
afiladas garras. El ataque inminente cesó, al tiempo que dos bestias más se
posicionaron tras la primera. Se trataba de la triada Black Fang, guardianes de
Magnolia, y feroces guerreros del bosque…milenarios Hombres Lobo.
-No vas a pelear solo, Conde- dijo el principal de
ellos, quien había destrozado al soldado esqueleto.
-Lo quieras o no, vamos a pelear esta batalla
también-, dijo el otro, quien se posicionó al lado del principal, hablando al
Conde de Reojo.-
El tercero, siempre pacífico y amable en su forma humana,
sacaba sus garras, ansioso de destrozar huesos. –Eres un maldito arrogante,
pero esta gloria no será tuya solamente, rata con alas-
Mostrando los colmillos, el Nosferatu sonrió.
–Hagámoslo entonces-
Lanzándose a la batalla, destrozó al primer soldado
frente a él, quien no tuvo muchas
posibilidades de sobrevivir al golpe de su espada. Los hermanos lobos, por su
parte, quebraban extremidades, dividían
columnas y resquebrajaban dos o tres columnas por minuto, lo cual aseguraba una
victoria inminente. Sin embargo, un avance mayor se requería.
-Esperen-, dijo mientras se ponía delante de ellos.
-Crimson Star!!!-
Al momento, un enorme resplandor color sangre
disminuyó a la mitad las filas del ejército enemigo.
-No podré seguir combatiendo a lado de ustedes, pero
esto seguro es de ayuda, hay alguien de quien debo hacerme cargo-
La enorme capa negra se extendió, preparada para
realizar algo que únicamente en ocasiones de mucha gravedad tenía lugar. Con un aura oscura a su alrededor, empuñó las
manos, y aquel manto negro se transformó en dos enormes alas idénticas a las de
sus amados murciélagos. Emprendió el vuelo, perdiéndose en la batalla y
sobrevolando a sus rivales. Llegó frente
a su rival, quien aguardaba preparado con sus dos armas.
-Qué puedo decirte, Conde? ¿Vienes por venganza? ¿O por la salvación de este patético pequeño
mundo? Verás, sin importar el resultado de esta batalla, hay cientos de mundos
más, lugares a los que mi alma puede trascender, y crecer con cada mundo que
destruya.
-No importa a donde huyas, voy a perseguirte y
quebrar tu alma-
-Entonces comienza ahora-
Un nuevo resplandor verde es enviado hacia el Conde,
quien logra esquivarlo volando, lanzándose hacia su rival y estrellándose ambos
contra la pared tras ellos. Con un revés de su báculo, El Inquisidor lanza
lejos al Conde, quien logra ponerse de pie antes de caer. Lanzándose al ataque,
logra derribar a su oponente, quien de inmediato se pone de pie devolviendo el
ataque, el cual es esquivado con agilidad. Con sus características cadenas, atrapa al
inquisidor por los pies, lanzándolo lejos y haciéndolo estrellarse contra una
vieja columna. Sin piedad, lo recoge tomándolo del cuello y lo lanza hacia el
suelo, de donde es tomado de nuevo para
recibir severos golpes en el rostro. Un puntapié en el rostro lo hace
estrellarse contra el muro, mientras El Conde, arrogante y sereno, se dirige a
seguir el ataque. Las manos del Inquisidor, abiertas, atraen una serie de
espectros verdes que se impactan en el cuerpo de su enemigo, quien tras un leve
quejido queda atrapado por estos seres etéreos. Su rival se pone de pie, con un
aire triunfal.
-No dejas tu mortalidad, Nosferatu, deseas molerme a golpes en lugar de
simplemente liquidarme con tus habilidades, eso te costará caro.-
Al instante,
un nuevo resplandor verde sale de las manos del Inquisidor, quien tras
una gran explosión hace desaparecer a su rival.
-Chupasangre inútil-
Expulsando energía, emite un grito de celebración
por su victoria, el cual es silenciado de inmediato. Una serie de chasquidos y
aleteos se escuchan tras de él, revelándole la inutilidad de su ataque.
-Así que esto es todo, es una decepción. Fueron
precisamente esas habilidades las que me permitieron escapar de tu truco
barato.
El conde toma su forma nuevamente, mientras un aura
roja se forma a su alrededor y se reúne en sus manos. Al estar lista, es
disparada contra su rival.
-Exclamation of Blood!!-
Acto seguido, el cuerpo del Inquisidor es enviado
lejos, sin posibilidades de escapar. Aunque sabe que no es suficiente para
matarlo, es consciente de que le ha ocasionado un gran daño. Su rival se
levanta con dificultad, sabe que no podrá resistir mucho, y es necesario tomar
medidas desesperadas. Entonces, usa su último recurso, reservado precisamente
para este rival.
-Phoebus Lux!-
Un brillo extraño aparece durante unos segundos,
cegando brevemente a ambos contrincantes. Sin embargo, es El Conde quien
resiente más los efectos. Algo extraño le sucede, algo que hacía mucho no
sentía, y que lo debilita y desorienta. Sin embargo no es un escenario posible
dado el momento de la noche en que ambos se encuentran. No puede, por otro
lado, tratarse de otra cosa. Nada debilita su cuerpo del mismo modo: La luz del
sol. Un hechizo difícil de dominar, el cual El Inquisidor aprendió luego de
años de intentos fallidos y de quemadoras horripilantes, y del sacrificio de
muchas presas. A un ser vivo normal lo hubiera calcinado en el acto, a un No
Muerto le ocasiona el mismo efecto que tres horas de exposición a la luz solar:
Debilidad absoluta.
-No intentes disimularlo, se lo débil que estás,
este es el punto al que debía llevarte.-
Con unas cadenas formadas por energía, atrae hacia
sí al oponente, a quien golpea en varias ocasiones aprovechando su debilidad.
-Crimson Star!!-
Un débil resplandor surge alrededor del conde, el
cual es de inmediato disuelto por su oponente, quien con su poder lo lanza
lejos. En el suelo, recibe un puntapié en el rostro, y tomándolo del cuello, la
risa triunfal del enemigo le hace temer el final. Flotando, y rodeado por un
aura verde que le ocasiona un enorme dolor, observa la espada del Inquisidor,
preparada para decapitarlo. Sin embargo, una voz gutural interrumpe la
ejecución.
-Oye imbécil, seguro no tienes un hechizo que
implique dagas de plata-
Los tres hermanos Black Fang se posicionan ante él,
preparados para acabarlo. El mayor se lanza contra él, cayendo ambos al piso,
lo único que se interpone entre su hocico y la yugular del inquisidor es el
báculo. Sin embargo, logra librarse del Licántropo y lanzarlo lejos. Al
reincorporarse, recibe la embestida del segundo rival, quien lo golpea y lo
tira al piso. Al levantarse de
inmediato, logra lanzar un hechizo que es esquivado con rapidez, aunque al
lanzarse encima, es atravesado por la espada, la cual, gracias a no estar hecha
de plata, no provoca un daño mortal. En el piso, El Conde intenta reunir sus
últimas fuerzas, para realizar un último ataque. Mientras tanto, los tres
hermanos están listos para atacar de nuevo. Cuando se lanzan a atacar, son repelidos
por un enorme resplandor verde, que logra dejarlos fuera de combate.
-Vaya perros molestos- dice jactándose su enemigo.
Al volver la vista atrás no encuentra al Conde. Este
se aparece frente a él, con sus fuerzas reunidas para una última embestida, las
alas desplegadas. Sin dar tiempo para reaccionar, emprende el vuelo tomando en
los brazos a su rival y lanzándose ambos por el abismo que rodea al castillo.
Caen exactamente donde el Conde lo deseaba: El viejo cementerio. Sofocado por la debilidad, y el dolor de las
heridas, apenas puede estar de pie, y cae sobre una de sus rodillas.
-Romántico sitio elegiste para caer, conde. Nunca
pierdes tu estilo-
-No imbécil, te traje a tu matadero-
-¿Cómo? ¿Cómo es que puedes seguir diciendo tantas
incoherencias? Voy a aniquilarte de una vez.-
Preparando su espada, se dispone a
embestir al Nosferatu, mas una onda expansiva lo hace retroceder. De entre las tumbas, un resplandor carmesí
comienza a surgir y fundirse con el cuerpo del Conde, quien poco a poco comienza
a reincorporarse. Con los ojos muy abiertos, el inquisidor no da crédito a lo
que ocurre, ¡Los muertos dan fuerzas al Conde! Con movimientos lentos, éste se
pone de pie, y con una mano en el cielo, reúne todo el poder que la sangre
espiritual de los muertos le han aportado.
-¡No, no puedes! ¡ No puedes! ¡Solo un Nigromante
puede hacer esto, disponer de los muertos, no puedes tomar su sangre, solo una
bruja puede!-
-Soy hijo de Brujas, ¿Lo olvidaste, imbécil?- le
responde con una sonrisa.
Recuerda entonces a las brujas quemadas de aquel
viejo bosque, y al niño que escapó, quien era protegido por ellas. Y en
especial, recuerda a Lirium, la poderosa hechicera que sacrificó su poder para
que su vástago pudiera sobrevivir.
-¡!!NOOO!!!-
El ataque está listo, un antiguo hechizo vampírico
que reúne la sangre de los viejos muertos, y la transforma en energía
espiritual como ninguna. Con su mano apuntando hacia el cielo, lanza las
palabras que ejecutan el ataque.
-¡Last Requiem!-
Una gigantesca aura color sangre sale disparada de
su mano, destruyendo el cuerpo del Inquisidor, quien solo atina a dar un último
grito de dolor. Al desvanecerse, El Conde cae nuevamente sobre una de sus
rodillas, sin fuerzas ya. Sonriendo, sabe que finalmente su rival ha muerto, y
todas las brujas han sido vengadas. Sin embargo, un ruido de botas lo pone en
alerta.
-Mírenlo chicos, nunca tuvimos mejor oportunidad que
esta, venguemos al maestro-
El ejército del Inquisidor, resucitado por algún
conjuro de Necromancia, convertido ahora en Ghouls, se manifiesta ante él. No
tiene ya fuerzas para enfrentarlos, ni siquiera puede moverse. Únicamente
sonríe, pues en el fondo sospechaba que no sobreviviría a esta batalla. El
líder, el verdugo que lastimó monstruosamente a Magnolia, se abre paso frente a
ellos, preparando su hacha para darle muerte. Cuando el resto lo sigue
corriendo para masacrar al conde, algo los detiene. Una nueva parvada de
murciélagos se interpone entre los soldados y el Conde. Esta vez, al tomar
forma humana su forma es femenina, pero poderosa. Unas alas de murciélago,
enormes y desplegadas, se imponen a la tropa que estaba por atacar. Los ojos
del verdugo principal se abren enormemente al reconocer aquel rostro, aquellos
cabellos negros, rebeldes y enmarañados, aquella mirada magnética y aquella
sonrisa desafiante: el porte rebelde y aniquilador de la poderosa Magnolia.
-¿Tú?-
Los soldados intentan huir, pero son atacados por la
espada de la ahora Vampira, quien logra partirlos en dos y desmembrarlos.
Aunque algunos logran darle batalla, rápidamente caen debido a los hechizos que
los lanzan lejos. La magia sobrevivió a la transformación. Golpeando el suelo
con un puño, lanza lejos y destroza a varios oponentes, alcanzándolos para después darles muerte. Al
final solo queda uno: El verdugo, el que más se empeñó en humillarla e
insultarla. Atraviesa su abdomen con la espada,
mirándolo a los ojos de manera desafiante, sentenciando:
-Aquí está mi diosa, la noche-
Retira la espada, para con un rápido corte
decapitarlo.
Al terminar, las alas son plegadas nuevamente,
fundiéndose con su elegante vestido negro, y la capa que porta. Su mirada se ha
vuelto más poderosa ahora, con los poderes de la noche de su lado. Un grupo de
murciélagos espirituales la rodea, reafirmando su nocturna autoridad. Con una
sonrisa, llega hasta donde se encuentra El Conde, cansado y sin fuerzas, quien
le dio el aliento de los No Muertos para salvarla de la muerte.
-¿Qué harías sin mí?- pregunta burlonamente al
agotado Nosferatu.
-Funcionó-
-Por supuesto-
-No hay mucho tiempo, el lugar va a colapsar sobre
sí mismo, El Inquisidor selló este lugar para atarlo a su destino-
-¿Qué significa?-
-Que este sitio, y probablemente este mundo va a
desaparecer. La abuela me enseñó que este solo es un mundo de muchos otros,
muchos han colapsado, pero otros se mantienen en pie.-
-¿Cómo escapamos entonces?-
-No hay un escape posible, solo queda fundirnos,
amor mío. Al acabar con él impediste que destruyera las almas, y les diste la
oportunidad de renacer en otro mundo, pero no hay posibilidad de sobrevivir,
salvo una para nosotros dos. Según mi abuela, si dos seres oscuros unen y
funden sus manos en una sola alma, en un solo beso, siempre se reencontrarán en
otra vida-
Tal como lo dijo Magnolia, todo aquel mundo comenzó
a colapsar, y pronto el castillo comenzó a derrumbarse y desaparecer. Los tres hermanos, débiles y unidos de las
manos, se hundieron en aquel remolino abismal. El cementerio de hadas, la casa
con las calabazas sonrientes, el bosque, los castillos, todo se desvaneció. Y
ahí, en una vieja tumba con un hermoso ángel, aquellos seres de oscuridad,
desplegando sus alas, unidos en un solo beso, en una sola alma, se fundieron en
uno solo, y una parvada de murciélagos etéreos
formó un remolino que logró desaparecer justo antes de que la
destrucción los hiciera desvanecerse. Y entonces, fundidas sus almas, ambos
desaparecieron, quizá para reencontrarse en otro mundo, en otra vida, en otro
tiempo…
---------------------------------------FIN------------------------------------------------------------------
Epílogo.
Un joven con un murciélago de metal bajo su cuello,
cruza la calle llevando un kilo de arroz bajo su brazo, el precio de entrada a
aquel evento. Al cruzar la entrada,
distingue una falda negra de picos, y una cabellera larga y enmarañada,
de espaldas. Coincide con los seres que
le han fascinado desde muy pequeño.
-Una bruja- dice para sí, sonriendo.
Caminando entre los puestos de aquel festival de
rock, no puede despegar los ojos de aquella mujer, intentando disimular sus
nervios, observando los accesorios que llaman medianamente su interés. Revisa
los discos, los guantes, los collares, nada llama su atención. Cruzando la
calle, del otro lado, se encuentra ella. Un ardor en su pecho, las conocidas
mariposas en el estómago. ¿Por qué? No la conoce, no la había visto jamás, y
sin embargo una enorme emoción se apodera de él. Una playera de Metallica es la
que viste ella, una playera de Cráneos la que viste él. Y entonces, sucede…la
mujer voltea su vista hacia él. No puso la suficiente atención, hasta que
observa el letrero dentro del puesto de accesorios que la chica vigila:
Witch´s House.
¨-Es ella!! Es
ella!!, maldición, es ella! piensa él, mientras sus nervios aumentan. La chica Wicca
con quien estuvo charlando los últimos días por medio de las redes sociales, y
sin embargo luce distinta en persona, mucho más bella, mucho más Bruja.
Las miradas se cruzan, el pecho arde, cada uno a un
lado de la calle. Una mirada magnética la de ella, quien ha aprendido a estar
sola, a superar los peligros y adquirir independencia entre tanta soledad. Unos
ojos tristes los de él, y que sin embargo mantienen la esperanza de quien no se
rinde. Y entonces, ella regala una
sonrisa, sin saber exactamente por qué, si es solo un desconocido vestido
tenebrosamente como ella. Están ahí, inmóviles, con la sensación extraña y
contradictoria de aquellos desconocidos, que sin embargo saben que se han
reencontrado luego de fundirse en un solo beso, en una sola alma, en una misma
parvada de murciélagos…bajo una misma luna.